Celebramos en Ávila, aquel agosto, el cumpleaños de mi madre. El destino era una sorpresa para mi padre, aunque fui yo la que no salía de su asombro durante aquel viaje.
Tiempo, bastante tiempo atrás, "La casa de las glicinias" cobró vida. Fue durante mi estancia en Martinica. Allí visualicé la estructura, las tramas y los personajes. Al volver, la terminé de redactar -con otro título- y condené su existencia al encierro, entre otros borradores acabados.
Cuando decidí que la novela saliese de su cautiverio y emprendí la tarea de corregirla, me asaltó la historia del pintor que Ávila atrapase, con sus encantos, un siglo atrás, porque sabía que entre sus murallas pintaría los retratos más hermosos del mundo.
Guido Caprotti pasó a formar parte de "La casa de las glicinias" pues era la pieza que faltaba en en su trama. Porque, sin conocer su obra, yo había escrito -una década antes- una fábula sobre el Arte que ponía en valor todo lo que la Colección Caprotti de Ávila significa.
Fue un retrato femenino. El primer lienzo que arrasó mis sentidos al transitar por el Palacio Superunda, era la representación de una mujer de identidad desconocida, cuya figura emergía de la sombra. Lo que no podía verse de la escena, contaba tanto como lo que se contemplaba.
Después de una licenciatura, varios másters y tres décadas aplicada a estudiar el Arte, a comprenderlo, a vivirlo, aquella mujer anónima, me hablaba desde las pinceladas de un genio italiano de corazón abulense capaz de captar las miradas como ningún otro.
De la órbita y época de pintores como Sorolla, Caprotti fue reclamado en Madrid para realizar una serie de encargos. Quiso la nieve que su tren se detuviera en Ávila unos días, los suficientes para que el artista decidiese que pasaría allí el resto de su vida. Y más allá.
Se identifica, una parte de las piezas que realizó, con escenas costumbristas locales donde aborda profesiones, estamentos sociales o celebraciones populares desde un exquisito sentido de la dignidad. Soberbios óleos.
Y, de otra parte, están los retratos. De amigos, de familiares, de personajes insignes, de otros pintores. Y de mujeres, cuyos nombres se conocen o no, pero sus facciones, la intensidad de su expresión, y la profundidad de sus miradas, ya están escritas en las mejores páginas del Arte de su tiempo.
Caprotti captaba la biografía de cada rostro que lograba escapar de la penumbra, tan definida como la más ínfimas aplicaciones de color. Coetáneo del pintor valenciano, Guido Caprotti fue a la oscuridad lo que Joaquín Sorolla a la luz.
Ambos plasmaron aquello que no es posible pintar y, sin embargo, aparece en sus obras.
Fue a Castilla, lo que Sorolla al Levante. Aquel que supo fundir a negro y dejar que esa neutra oscuridad contase tanto o más que los vívidos tonos de un vestido o el interior azul de unos enormes ojos.
Sentada frente a una de sus piezas, se quedó mi alma la primera vez que lo vi. Sigue allí. Yo voy a Ávila -siempre que puedo- y visito la exposición, pero ese espíritu de Historiadora del Arte que siempre quiso ser escritora, permanece inmóvil, delante de la primera obra de Caprotti que conoció. Hipnotizada. Enamorada.
Es el efecto que provoca la absoluta belleza.
Concebí "La casa de las glicinias" con un argumento que defiende el Arte desde una perspectiva compleja.
Descubrí la Colección de Guido Caprotti en el Palacio Superunda de Ávila y supe que formaría parte de la novela, pues representaba todo aquello que defiendo.
Además de su incontable Patrimonio Artístico e Histórico, la capital abulense pone en valor y siente verdadero orgullo de uno de los más valiosos repertorios de Pintura Contemporánea. Del legado de un creador único, cuya iconografía inspiró esta población, joya Castellanoleonesa. No puedo más que aplaudir esta muestra de respeto y admiración hacia la Cultura.
Allí, a Ávila, gracias a la mítica Librería Letras, llegaré mañana a bordo de "La casa de las glicinias".
No caben en este texto todas las palabras de absoluto agradecimiento que me gustaría dirigirles.
Gracias, gracias, gracias.
Mañana se cumple otro de mis sueños.
Comments