Después de estos doce meses, tal como decide Sara -la protagonista "Desde el Faro de la Genista"-, regresé a mis orígenes.
Despedí el mes de junio con una semana de reencuentros. Algunos muy esperados y otros, sorprendentes.
Semanas atrás comencé a participar en las "Lecturas con Público" de la Librería "Vuelo de Palabras".
En realidad, decir "librería" es simplificar mucho la actividad cultural que allí se desarrolla, de forma efervescente. Clubes de lectura, clases de escritura, cuenta cuentos, presentaciones de libros y, los lunes, una deliciosa sesión de lecturas con público, desde su micrófono abierto a toda suerte de artistas.
Para mí, debo confesar, se ha convertido en una oportunidad de compartir algunos pasajes de "La casa de las glicinias" -está inmersa en la celebración de su primer aniversario- y de textos inéditos que he escrito, dando voz a sus personajes, para leerlos en estas tertulias entrañables.
Volver a ese origen, a esas primeras páginas fue solo el principio.
Azules los cortinajes del Ateneo Marítimo, en el eje central de la Calle La Reina, acogía un evento que me emocionó tanto como podáis imaginar. Felicitamos a esa enredadera violácea que cubre la fachada de una historia llena de misterios. Un año desde que florecieron sus primeros racimos.
Feliz, complejo, duro, gratificante, revelador, triste, decepcionante, jubiloso, afortunado. Y largo. Este año ha sido todo lo anterior, en especial, ha sido muy, muy largo.
De todo ello hablaron en el encuentro aquellas personas que me ha acompañado paso a paso. Construían puentes para cruzar abismos o me cedían su luz de forma que brillase con ella.
Rieron, lloraron. Recitaron sus frases preferidas de una y otra novela. La inicial tuvo su fiesta de cumpleaños y la siguiente se presentó, como debía, en tan emblemática institución de los Poblados Marítimos de Valencia.
Brindamos por la lealtad, por lo auténtico, por la vida.
Después de varios años sin ver, mi padre que -gracias a la cirugía y a mi obstinación- recupera la vista, poco a poco, leyó un poema que me dedicó mucho tiempo atrás, y del que extraje unos versos, a modo de cita, con los que encabezar mi camino de flores amarillas.
Siempre nos ha resultado más sencillo comunicarnos por escrito. Él solía dedicarme poemas, yo le escribía cartas que -en los últimos tiempos- le ha leído mi madre.
Ahora volverá a dedicarme versos. Si bien ya no soy "temprana de lunas" como en aquella poesía cuya inspiración se trajo del Egeo.
Sí, todos los mares de mi vida se dieron cita la otra tarde. Y yo navegué...
Ondas, en lugar de olas, me transportaron a otro tiempo, al escenario de mi ascendencia, a ese Cabanyal de antaño sobre el que tanto he escuchado hablar a mis ancestros.
Me condujo, OnDAB Radio a "Mercader", esa entrañable recreación del barrio atrapada en la materialización de un sueño. El de Jose Miralles, empresario cuyas raíces germinaron en esa misma tierra, como las mías. Sus colores forjaron nuestra amistad desde hace más de dos décadas.
Con elementos supervivientes de establecimientos que bajaron la persiana, de espejos en los que dejó de reflejarse el cromatismo de la porción más colorista de Valencia, de su fachada marítima. Como ellos llaman a Mercader: Un arco al mar, un arco de entrada al Cabanyal.
Qué ilusionante, qué semana tan de vuelta a mis ancestros, qué Daboise Gabarda ha sido este fin de mes.
No obstante, julio ha llegado como el dueño del calendario en cuanto a emociones se refiere.
Son demasiadas. Os lo cuento en el siguiente apunte de este cuaderno de bitácora.
Por cierto, después de un año, sigo sin acostumbrarme a escribir los títulos en tercera persona...
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