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  • Foto del escritorvictoriadaboise

Travesía a bordo de una novela

De mar. Mis tres abuelos eran hombres de mar. Pasé con ellos menos tiempo del que me hubiese gustado. Siempre nos falta algo que no pudimos compartir con personas a quienes queremos y ya no están a nuestro lado.


No me refiero solo a las que han muerto.


Quisieron los designios -genéticos o fruto del purito capricho- que ese mar de mis ancestros corriese por mis venas, mis sienes, mis pupilas y mis páginas.


De una forma u otra, el mar está presente en todo lo que escribo. Tal vez por eso, esta romería de presentaciones en las que muestro mi novela a quien lo desea, se me antoja una travesía a bordo de una fragata.


En otra ocasión os contaré -lo prometo- porqué ese tipo de embarcación y no otra...


Zarpó de un puerto sin mar. Buñol, un bellísimo enclave en el interior de la Comunidad Valenciana, donde hace más de veinticinco años, ya pasaba parte de mis veranos, compartiendo mi pasión por el Arte con quien más la ha entendido. Este agosto, como todos, regresaré a su jardín para que, mi querida Salud, me hable de historias que luego siempre acaban en mis libros, con distintos nombres y señas.


Otro destino de montaña, atrapó el ancla de la fragata. La primera parada de la travesía debía ser en Caudiel.


Sentada en su pupitre de primera fila, en la vieja escuela, permanecía la Victoria niña. Llevaba un pantalón vaquero, por las rodillas. Era un pantalón largo, pero se lo rompió en una de sus continuas caídas de la bicicleta y su madre lo convirtió en unas bermudas.


Nunca se acobarda, por más trompazos que se dé y más marcas le queden en las rodillas, allí va ella a todas partes con su Torrot azul.


Azul es también la camiseta. Y las zapatillas. Y la mochila. Y los lapiceros. En fin, en ese charco ya entraré otro día.


Tampoco ha cambiado tanto, el aula, en los últimos cuarenta años. Ahora se utiliza para otros menesteres, pero, en esencia, está más o menos igual. Con enormes ventanales que dan al patio, al recreo, donde sobreviven unos viejos pinos listísimos, pues se han aprendido las lecciones de cada curso desde que se construyó la escuela hasta que dejó de serlo, hace unos años.


Todas las sillas están llenas y, desde la organización del evento, han tenido que traer más de otra estancia para que nadie se quede de pie. La Victoria niña está tranquila. Mira hacia la pizarra. Delante de ella han colocado una mesa con dos sillas. Y varias flores que llegan con tarjetas de apoyo, felicitación, ánimo. No sé, cariño del bueno.


Al lado más próximo a los cristales, se sienta Don Juan, el primer profesor que tuvo en aquella escuela. La otra silla la ocupo yo. Se lo debo a ella. Tengo una deuda pendiente que saldo aquella mañana, en mi pueblo. La pequeña comprueba que la vida le ha dado más bofetadas de las que se esperaba, y, aun así, ahí está, cumpliendo su sueño de convertirse en escritora.


Yo me giro para atender a Don Juan y me pierdo en su discurso, embelesada, escuchando cómo ha encontrado en la narración todas mis filias y mis fobias. Su intervención es brillante. Tras los aplausos, me toca participar a mí. Busco a la niña, esperando su complicidad, pero ya se ha ido.


Acaba la presentación, los libros se agotan, las emociones invaden cada dedicatoria y, en la piel me llevo tatuada la satisfacción de la pequeña que fui, a la que me prometo no volver a defraudar.


Sigue su travesía la fragata y esta vez atraca en un puerto de infinitos amarres. Es el puerto de mis tres abuelos. Muy cerca de allí, en mi barrio, en Camins al Grao, me han preparado un recibimiento de gran escritora, casi ni me lo creo.


Dentro de la misma Valencia, mi habitual lugar de lectura y escritura, organiza una charla entorno a mi novela. Días después, en pleno centro, una fiesta literaria viste de gala cada estancia de "La casa de las glicinias" en Colón, 22. Allí siempre me he sentido arropada. Mi enredadera, también.


Comienza, la travesía, a alcanzar velocidad máxima de fragata. En la Asociación Sociocultural de Patraix, la periodista y escritora, Eva María Marcos, reconstruye la acción de una historia que escribí junto al mar, rodeada de flores y de lienzos, con la luz que siempre proyecta en todas sus intervenciones.


Marchamos a otro puerto donde María Cruz Diago contagió el espíritu de este compendio de relaciones humanas a lectores y lectoras de Cullera. Lazos antiguos -e incluso algún guiño que se quedó atrapado en la novela, como un insecto en ámbar- llenan de suspiros la librería de Inés.


Puede que fuese aquel día. Con tanta gente en la fila, aguardando una dedicatoria en su ejemplar de "La casa de las glicinias", esperando una fotografía con la autora, celebrando habernos conocido.


Sí, debió de ser aquella tarde cuando me di cuenta de que todo era real.


A Cullera siguió la celebración del primer mes de la novela en Conte Contat, de Manises. Y las Ferias del Libro de Moncofa y El Toro.


Así concluía un mes de julio -el nombre, el nombre- lleno de regalos tan bellos como inesperados.


La primera playa en la que desembarqué este agosto fue la mía. Aunque esa, será la próxima fase de la travesía que os relate.


Acabaré este mes...


El domingo, día 20 de agosto, en Mareny de Barraquetes.


El viernes, día 25 de agosto, en el Ciclo Literario de Montanejos.


Fotografía de Gloria Ochoa.



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