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Victoria Daboise, escritora de historias azules...

Julio es el mes número siete. No, no existen las casualidades.


No es azaroso que este haya sido el mejor mes de este año, de varios años. Desde que decidí cambiar el rumbo de mi vida profesional -pongamos que fue a principios de 2023- nunca me había sentido tan libre.


Vivir es pronunciarse -callar también es una forma de decir algo a gritos-, es tomar partido, es elegir -y rechazar- es escoger. Y, en algunos casos, escogerTE.


Nada nos da tanta libertad, o nos la quita, como la determinación. El Mundo está lleno de tibios y tibias que no le aportan lo más mínimo.


Con ello no quiero decir que yo vaya a realizar una gran contribución a la Humanidad, sin embargo, habré recorrido este camino con todas sus consecuencias.


Si las decisiones que tomé en el pasado me quitaron la libertad, las que he tomado estas últimas semanas me la han otorgado. Y qué vértigo tan afilado da sentirse despojada de ataduras.


Confieso treinta y siete años, tengo algunos más. Y no creo que me queden muchos. Ni creo ni quiero. Admito que soy incapaz de dejar de querer a algunas personas que han formado o forman parte de mi equipaje emocional, no obstante, aquí viene la liberación, me permito despreocuparme por ellas.


"Te he querido, te quiero y te querré, sin embargo, me has decepcionado y ya no mereces que me desvele por ti. Buena suerte."


Suspiro. Esto no es una novela. Es mi vida. Y yo no soy un personaje. En muchas ocasiones me lo han comentado a lo largo de una presentación o de cualquier evento y, para qué ocultarlo, me llena de satisfacción -quizá la mejor palabra sería tranquilidad-, saber que trasmito la imagen de lo que soy. Tal cual.


Victoria Daboise es la misma arriba de un escenario, en un aula, relatando una historia u otra en las novelas, detrás de una Coca-Cola en mis locales de siempre, frente al micrófono de una entrevista o abrazada a mi marido y mi hija junto a la playa de L'Albir.


Solo hay una. No existe disfraz ni impostura. Escritora, amiga, amante, compañera, madre, hija, sobrina, prima, hermana, tía. Lectora, estudiante, historiadora, difusora de conocimientos -los adquiridos en esta obsesión mía por aprender-, apasionada por el arte, el mar y las flores.


Construyo todas las relaciones humanas trascendentes para mí, sobre cimientos de lealtad. Sin ella no entiendo la vida.


Descubrir que alguien a quien amo es capaz de anteponer otros intereses -las armas de la vanidad siempre están cargadas- a la posibilidad de tener a su lado a una persona de lealtad inquebrantable, se me antojaba tan absurda que no me dejaba pensar con claridad.


Son tres las aseveraciones que más aprecio de cuantas han formulado acerca de mí como escritora, a lo largo de este año.


Os he comentado una de ellas: Soy yo. La que escribe, la que se pronuncia, la que toma partido, la que siente.


Alguna vez he mencionado las otras dos: Autora desprovista de divinismo y con ausencia total de ego.


Ego. Llegamos a ese maldito punto de inflexión. ¿De verdad? ¿De verdad alguien es capaz de perder una amistad que lo ha dado todo por su bien a cambio de un destello más? ¿A cambio de brillar esa micronésima parte que le aporta encajar en un grupo de deidades literarias que interpretan tanto su personaje como para ya no ser capaces de saber cuándo pueden descansar y ser ellas mismas?


De verdad. A mí también me costaba creerlo. Personas, escritores y escritoras que me apoyaron en sus inicios y luego se han alejado. Se desconectó mi radar. Os aseguro que parecían independientes, daba la sensación de que ese baile de máscaras les era ajeno.


A quien más duele haberme equivocado es a mí, pues, a pesar de su deslealtad, son personas a las que quiero y querré. A las que les deseo lo mejor. Sea lo que sea. Ya no puedo depositar en ellas mi confianza y, así son las cosas, depositaré en ellas mi afecto mientras viva.


Lo pienso y, a veces río y otras lloro. "Victoria, no te preocupes, no importa lo que haga la gente, solo importa cómo tú lo interpretes". "Victoria, somos profesionales independientes, nadie tiene derecho a callar nuestras voces". "Victoria, nuestra amistad está por encima de todo, eres una hermana para mí".


Suena una melodía de advertencia desde el Olimpo de las glorias coronadas con galardones editoriales y quien te jura integridad a prueba de cataclismos, se distancia de ti en menos tiempo del que cuesta pulsar la pantalla del teléfono y dejar de leer cualquier cosa que publiques.


Ya no soy digna de sus "me gustas". Vaya por dios. Nada de fotos conmigo. Muestras de cordialidad en público, las justas.


En este año de travesía a bordo de mis novelas he conocido a gente maravillosa, de generosidad infinita: Lectoras y lectores de mis libros que se han convertido en un tipo diferente de familia. Comparten conmigo las emociones que les provocan mis páginas, descubren secretos escondidos entre líneas, valoran el esfuerzo que hay detrás de cada título.


A la vez, me he reencontrado con muchas personas de mi pasado que me han demostrado un cariño tan enorme como auténtico. Inmarcesible. Ellas y ellos tenían el convencimiento de algo en lo que yo había perdido la esperanza: Sabían que mis textos acabarían viendo la luz. ¿Cómo os agradezco que hayáis confiado en mí por encima de lo que confié yo misma?


Además, mis novelas han llegado a algunas instituciones a las que siempre he admirado y su acogida ha sido impecable. Ni veinte años atrás, cuando todavía me parecía posible dedicar mi vida a la escritura, soñé con alcanzar estos reconocimientos. Me sobrecogen. Es inmensa mi gratitud hacia su trato.


Y qué decir de mi entorno inmediato. Era de esperar que estuviese a la altura. Superan con creces mis expectactivas, día tras día. No me canso de repetir una premisa que he descubierto en los últimos tiempos y vivido en primera, primerísima persona: Quienes de verdad demuestran su lealtad son aquellas personas que apoyan tus aciertos. Es mucho más difícil aplaudir un logro ajeno que arropar a quien sufre.


Gracias por cederme vuestro ímpetu para potenciar el mío. ¿Éxito? Qué término tan relativo. Depende siempre de cuáles sean nuestros objetivos.


Comencé este texto con intención de publicarlo aquí, en el cuaderno de bitácora que estrené al comienzo de mi travesía literaria, sin embargo, a medida que me he ido desnudando en cada párrafo, me preguntaba si era oportuno o no incluir reflexiones tan profundas -no en el sentido filosófico sino en el empírico- junto a otros artículos referidos a presentaciones, eventos y puertos en los que desembarcar.


Si no compartiese estos latidos -que en mi caso nacen en las vísceras más que en el pecho- no sería yo.


Y lo soy, lo soy, lo soy.


Soy la escritora de las historias azules.

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