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  • Foto del escritorvictoriadaboise

Victoria Daboise, presente.

Durante este texto, treinta años después, vuelvo a ser alumna del centro en el que me formé de aquello que llamábamos BUP y COU.


Evito usar los puntos entre las mayúsculas, a modo de siglas, porque no lo eran, no eran la forma sencilla de llamar a nuestro sistema educativo, eran mucho más. Me pierdo en el laberinto de cursos actual -supongo que no tener hijos ni hijas me libera de ello- y me aferro a aquellos años de estudio y viaje de la adolescencia a la madurez.


Suelo decir que de los dos a los veinte años aprendí todo lo importante de la vida y que el resto solo me he dedicado a ponerlo en práctica. Una buena parte de ese periodo transcurrió allí, entre las mismas paredes de hormigón donde había estudiado mi padre.


Sí, los dos Daboises que aparecen en el historial del Instituto, somos él y yo. Soy hija única. Él vivió los primeros años de su creación. Una época de reivindicaciones y lucha por las libertades. Escribía las obras de teatro que se representaban en el salón de actos -yo también formé parte, como actriz, del grupo teatral- y participaba en la publicación del centro –“Soroll” se llamaba en mi etapa-, siempre en defensa y difusión de la Cultura.


Para ambos, eso significa el Instituto Sorolla. Yo redactaba los artículos de la Revista que Ángel Sorní rescató del olvido, viví cómo la capilla se convertía en una magnífica Biblioteca y no dudé en apuntarme a los montajes escenográficos, para protagonizar clásicos como “La cantante calva” o “Melocotón en almíbar”.


Con intensidad, me bebí cada lección. De la vida con Don Salvador Marqués. De lengua y literatura con Pilar Torrecilla y Paco Iborra, de Arte con Rosa Pascual -si ella supiese que esa fue la carrera que escogí- de inglés y

de futuro con Yolanda Salinero.


Escuchaba sus pasos desde el fondo del pasillo que conducía a la galería donde se encontraba nuestra aula. La mayor parte de los meses que cubría el curso, a esas horas, ya era de noche. Gajes de optar por letras puras: nuestro grupo sólo ofrecía clase en ese turno.


Solíamos tener la asignatura de Yolanda de las últimas de la jornada, pero, aun así, la recibíamos con máxima ilusión, esa que ella siempre nos contagiaba. Para perseguir nuestros sueños, para luchar por ver cumplida cualquier meta que nos propusiésemos.


Y sí, así es, soy Victoria Daboise, Licenciada en Historia del Arte porque en el Sorolla me enamoré de él. Soy Gestora de Patrimonio Cultural y Conservadora de Arte Material e Inmaterial. Además, nunca he dejado de escribir.


Quiso la vida que, al terminar esa formación, me localizase una empresa para su área de Comunicación Digital. Lo que al principio pretendía ser algo temporal, acabó por convertirse en una carrera laboral de casi dos décadas.


Durante ese tiempo, novelas, relatos y artículos se acumulaban en el escritorio adolescente donde estudiaba para los exámenes del instituto. A principios de este año, decidida a dar un cambio radical a mi entorno de trabajo, diferentes contactos del mundo de la Literatura me instaron para que me decidiese a publicar una de esas historias guardadas en un cajón.


Al azar, salió “La casa de las glicinias”. Le quité el polvo y los anacronismos que el tiempo había posado sobre ella y ofrecí su borrador a una serie de lectoras y lectores cualificados para que aprobasen -o no- la puesta de largo de la novela. La respuesta fue positiva y unánime.


Como autora, relato a modo de cronista omnisciente toda la historia. Y, para ello, utilizo una voz narrativa propia, en la que tomo partido a lo largo de varias situaciones, como sucede en mi día a día, como siempre hago en la vida. Qué sentido tiene nada si no tomamos partido. De eso aprendí mucho en el Sorolla.


Esa peculiar forma de desarrollar los argumentos, unida a los diferentes géneros que se barajan a lo largo de esta ficción -donde transitamos por pasajes propios de una obra romántica, de misterio, de raigambre familiar, de viajes y destinos- la convierten en una novela de singular calificación y amable lectura.


A finales de junio tuvo lugar su presentación oficial, a la que han seguido varias, muchas, por diferentes ámbitos trascendentes en mi devenir, por motivos literarios, geográficos, emocionales.


En este momento, me hace muy, muy feliz que la travesía de “La casa de las glicinias” encontrase en el Sorolla un puerto idóneo para atracar. Sin duda, es un lugar destacado en mi trayecto afectivo, en mi desarrollo vital, como persona y como escritora.


A un lado, Yolanda Salinero, profesora adorada por quienes tuvimos la suerte de asistir a sus clases, de aprender de ella y con ella. Generosidad absoluta.


Al otro, Germán Prado, antiguo alumno, eterno amigo. ¿Quién me iba a decir que -después de ayudarme a sobrevivir a los exámenes de gimnasia- serías tan importante en mi vida? Topógrafo, excelente profesional de la logística naval. Magnífica persona. Espléndido en abrazos y empatía. Tierno guardián de aquello que más quiero en el mundo.


Además, este sueño no se habría podido materializar sin la ayuda de uno de esos seres humanos irrepetibles. Pienso que, tal vez, el destino lo puso en mi camino para compensarme de cualquier perjuicio que me deparase el devenir. Carlos Borja es nobleza, fraternidad, compromiso. Siempre.


Agradezco a todos y todas la disponibilidad para acompañarme en un momento tan importante de mi biografía y a Don Francisco Javier Larripa, Director de tan insigne institución, la posibilidad de acoger la presentación de esta primera novela que lanzo al vuelo.


Mañana, "La casa de las glicinias" verá florecer su enredadera en mi idolatrado Instituto Sorolla. Allí mismo, florecí yo, algún tiempo atrás.


INSTITUTO SOROLLA

CALLE JOSÉ MARÍA DE HARO

VALENCIA

PRESENTACIÓN DE

"LA CASA DE LAS GLICINIAS",

DE VICTORIA DABOISE

JUEVES, 19 DE OCTUBRE DE 2023

A LAS 19:00 HORAS

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