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Foto del escritorvictoriadaboise

Victoria Daboise lanza su segunda novela, "Desde el faro de la genista".

Al piano, José Manuel Frasquet nos deleitaba con el Nocturno número dos, Opus nueve, de Chopin.


Brillante, el joven músico es una de las mayores promesas de nuestro país. Preparó la pieza con motivo de la presentación de la novela, pues, con su aparición en la trama, las páginas se transforman en partituras y los personajes en notas sostenidas sobre un pentagrama que las olas del mar dibujan al romper bajo el acantilado.


De todo ello fuimos testigos Desde el faro de la genista.


Solo la sublime oratoria de Javier Alandes podía igualarse a tan hermosa expresión.


En varias ocasiones había escuchado a Javier en distintos foros. Siempre me parecía estar frente a un comunicador excepcional. Fue, sin embargo, en el Encuentro de Escritores y Escritoras de Valderrobres donde, al contemplarlo exponer -en solo tres minutos- su reciente y magistral obra, La última mirada de Goya, cuando asumí que no deseaba que nadie defendiese mi trayectoria como escritora o cualquiera de mis novelas si no poseía el fabuloso talento del reconocido autor.


Creí hallarme frente a un imposible. ¿Cómo osar que un referente de su envergadura aceptase presentar mi segunda publicación?


Me sorprende. No deja de hacerlo. La vida me asombra a cada paso, en los últimos tiempos. Y no, no perdía nada al lanzarle la petición. No debía siquiera perder el miedo pues es de dominio público que me lo extirparon en alguna de mis visitas al quirófano.


Qué dimensión puede llegar a alcanzar la generosidad de aquellas personas que, a pesar de encontrarse en el Olimpo de las deidades literarias, conservan la humildad, camaradería y disposición de sus principios.


Benditos quienes, como Don Javier Alandes, no han sucumbido a la vanidad y al ego, sino que se muestran cercanos y espléndidos a la hora de compartir sus conocimientos.


De su mano me lancé, la otra tarde, Desde el faro de la genista.


Lectoras y lectores, familia, amistades, parientes, escritores y escritoras, profesionales de la crítica literaria, autoridades. Más de un centenar de personas cuyo afecto sincero me llegaba en forma de sonrisa, de flores, de lágrimas emocionadas.


Transcurrida una semana desde que Margarita Quesada -magnífica maestra de ceremonias- diese paso a aquel sortilegio, mi segunda novela ya navega conmigo junto a La casa de las glicinias. Dos flores, dos títulos, dos libros distintos -en mis narraciones no hay cabida a segundas partes-, dos historias que te atan a una lectura trepidante.


En menos de un año he publicado dos de los manuscritos que guardaba en el cajón. No os voy a engañar: Ni ellos ni yo éramos ya los mismos. Reescribir fue preciso.


Pues el tiempo pasa, implacable. Y la madurez te alcanza, a cada cual por un motivo. A mí me sorprendió mientras caminaba desde mis glicinias hasta esa serpenteante senda que dibuja la genista.


Tres claves inequívocas de ello: La necesidad de pedir perdón, la de no pedir permiso y la de dar las gracias.


Sí, hay una más, sin embargo, no viene dada con el devenir de los días. Se trabaja, se asimila y -si se logra, como en mi caso- te concede uno de los más preciados dones: La libertad. En esta época de "entrenovelas" he aprendido a soltar. Despojarme de personas, sentimientos y prejuicios que lastran.


Desde el faro de la genista surge de la absoluta franqueza. Sara es una mujer construida a partir de lo mejor y lo peor de las personas a las que ha amado. Su propia fortaleza multiplica esas querencias.


Por descontado. Tiene mucho, muchísimo de mí. Y de las mujeres de mi generación. Ellas saben quienes son.


Al mismo tiempo, es heredera de anónimos e imprescindibles eslabones de su cadena vital.


De nuevo me anticipo: Existen o existieron. Todos y cada uno de esos personajes que rodean a la protagonista representan y homenajean a una o varias personas que han decidido quién soy hoy.


Ya no quiero escribir nada que no parta de lo vivido. Deseo que cuanto quede de mí sea la muestra que tanto como he amado, de mi devoción a esas personas convertidas en actores de una historia que las evoca. Las honra. En ocasiones, ni siquiera les he cambiado el nombre.


A los lugares donde he sido feliz, a las flores que me contagian su aroma y su color, al Arte que me ha sobrecogido.


Sí, a Sara le he regalado muchos de mis defectos y alguna de mis virtudes. La frontera que separa unos de otras, con frecuencia, es confusa si no se mira desde la perspectiva adecuada. Sara -escribir sobre ella- me ha enseñado a enfocar, a diferenciar. Esos conceptos y otros.


Díez días después de su lanzamiento, cientos de lectores y lectoras ya han recorrido ese camino de flores amarillas y se han lanzado Desde el faro de la genista.


Recibo sus mensajes y comentarios. Esta era una de esas situaciones que no esperaba y me llena energía. Me conmueve, me zarandea... ¡Y me recorre el cuerpo de felicidad!


Gracias por leerME.

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